martes, 1 de agosto de 2017

El río Gualeguay habla. (Botin Quemado)

Botín quemado.
Yo creo que el río habla. En realidad no lo creo. Lo he escuchado. Cada río tiene su tema. No puedo decir que hablen sobre tal o cual cosa precisa. Pero cada uno tiene un mensaje que se siente como vibración, murmullo subyacente, comunión tacita que se desarrolla.
Podria decirse, por ejemplo, que el Paraná habla con los colores de la cardenilla y el grito del Chaja, con el sonido que sus aguas refractan y lo hacen viajar lejos, con el murmullo de alisos movidos por el viento, o con vicherio del albardon en la noche. Pero esas observaciones son para los artistas. Y la verdad, no hace falta ser muy atento para escuchar o sentir esas cosas y yo no me refiero precisamente a ellas. Hay otro discurso en las aguas. Y seguramente hay ríos charlatanes, gritones y otros más callados, sumisos, o cansados.
Pero el Gualeguay es diferente. Tiene su personalidad , si es que esa palabra sirve para describir la forma única que le da identidad a un rio. Y dice cosas. Sus propias cosas.
Un día salí remando solo, rio arriba de mañana. Después del puente algunas curvas bastan para adentrarse en la calma y alejarse del bullicio de la ruta. El río se encajona. Las paladas eran el único ruido en el agua, más algún otro golpe del torpe remo contra el kayak. El resto eran sensaciones triviales. Una incomodidad en la espalda, el sudor que arde al caer en el ojo, arena en los dedos del pie, cosas asi. Pasó un Martin pescador y se posó en un árbol más adelante. Quizás sucedieron otras cosas. Algún animal en el monte se abrió pasó en la maleza. Un pescado saltando en un pozo varias curvas después. Cosas así que pasan a pesar que uno no las ve. Pero pasan seguro. En ese transcurrir, el chapoteo del remo en el agua comenzó a intensificarse. La respiración me quemó un poco. El Martin pegó un grito y voló a otra rama, siguió sigsagueando unos cientos de metros. Y pescó algo. Una racha intespestiva agitó la copa de los árboles y la chilca arriba de la barranca. Un tronco pasó rio abajo dando vueltas. Unas correderas que bordean un remanso lo despideron con vórtices espiralados. Un pozo soltó un borvoton de aire. Todas esas cosas se manifestaron como cuando una frase se escribe entre comillas. Quizá fue la misma conciencia de tal intensidad lo que hizo que de repente, todos los ruidos se hicieran silencio y todos los colores uno solo. La gota de sudor no cayó mas y quedó suspendida en mi frente. El kayak no avanzó ni derivó.
Respiré suave y aliviado. Apoyé el remo en mis piernas. Sumergí las manos en el agua al costado del bote, palmas abiertas sintiéndo el latir del río y su corriente como un pulso de vida. Y en ese instante de intangible tiempo, fue que el Gualeguay soltó su voz y me lo dijo. En forma clara y simple.
Luego la proa del bote se monto en la playa. Y escuché el motor de una lancha que se acercaba con gente gritando.




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